lunes, 2 de noviembre de 2009



Fotógrafo es una profesión llena de mitos en la que casi todos son mentira. Hace poco he vuelto de un reportaje de viajes. Todos os acordáis en este momento de National Geographic y de los puentes de Madison, ¿verdad? Uno piensa que viajar para hacer un reportaje es maravilloso, muchos días esperando la luz más adecuada, investigando el entorno, aguardando a ese momento mágico para poder captarlo, sentarte en una esquina a la caza de que ocurra algo, esperar a que el tiempo cambie… Todo mentira. Siempre vas con el tiempo justo, corriendo a todos lados y viviendo como un vampiro inverso. Te levantas antes del amanecer para aprovechar los primeros rayos del sol, esa hora mágica. Corres en busca de la mejor foto y la mejor luz. Lo de desayunar, sólo si te queda un rato. A partir de ese momento empieza una yincana , corres de un sitio a otro, frenas en seco en una cuneta porque un rayo de sol ilumina el paisaje pero cuando desciendes el sol se oculta y se te cae el mundo encima. Disparas a todo lo que se mueve, no piensas, todo se puede re-encuadrar, corres contra la meteorología. Si el sol cae a plomo o diluvia tienes que sacar la foto,. Si no hay gente en la calle te la inventas, muchas veces siendo tu mismo fotógrafo y viandante. Y vas corriendo para que el sol no se ponga en el camino. Pero los fotógrafos somos obstinados e inventamos el trípode para poder sacar partido a la luz artificial y ganar casi un horita de luz. Bueno se me había pasado que lo de poder montar el trípode, colocar la cámara, medir luz y disparar como Dios manda una foto de paisaje durante el día es un mito. Así computamos unas 12 o catorce horas de currar sin parar, aunque la luz del mediodía sea nefasta. No paramos ni a comer, ese es un lujo sólo a mi alcance cuando hay mal tiempo, y ni eso. En este viaje el temporal fue tan brutal que me tuve que refugiar en el primer bar que vi. La suerte me hizo entrar en una tasca muy pintoresca donde acabé haciendo fotos a la comida para la guía gastronómica, al dueño del local mostrándome la cocina y cómo prepara sus platos. Una suerte, pero de parar, nada, todo hay que aprovecharlo. Y cuando cae la noche descargar el trabajo, etiquetarlo y a dormir donde te pille para sacar más partido al próximo día.

Pero no siempre es así, cuando trabajas por tu cuenta, gastándote tu propio dinero puedes trabajar como deberías. Lástima que eso ocurra poco a menudo. Hace poco hablando con un compañero en Barcelona me decía que para él la manera de hacer un retrato de un país tenían que ser tres meses: uno para introducirte y pensar en qué y cómo quieres sacar y el segundo para que se te encienda la bombilla y descubras lo que quieres hacer y hacerlo con calma. Me imagino que el tercer mes sería para completar y pulir el trabajo. Quizás no aspire a tanto pero a algo parecido sí, a tener tiempo para hacer las cosas.